3º "B"

El Gato Negro. Edgar Allan Poe


No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida… (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes, caballeros?… tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

LOS OJOS DE CELINA.
En la tarde blanca de calor, los ojos de Celina me parecieron dos pozos de agua fresca. No me retiré de su lado, como si en medio del algodonal quemado por el sol hubiese encontrado la sombra de un sauce. Pero mi madre opinó lo contrario: "Ella te buscó, la sinvergüenza”. Estas fueron sus palabras. Como siempre no me atreví a contradecirle, pero si mal no recuerdo fui yo quien se quedó al lado de Celina con ganas de mirarla a cada rato.
Desde ese día la ayudé en la cosecha, y tampoco esto le pareció bien a mi madre, acostumbrada como estaba a los modos que nos enseñó en la familia. Es decir, trabajar duro y seguido, sin pensar en otra cosa. Y lo que ganábamos era para mamá, sin quedarnos con un solo peso. Siempre fue la vieja quien resolvió todos los gastos de la casa y de nosotros. Mi hermano se casó antes que yo, porque era el mayor y también porque la Roberta parecía trabajadora y callada como una mula. No se metió enlas cosas de la familia y todo siguió como antes. Al poco tiempo ni nos acordábamos que había una extraña en la casa. En cambio con Celina fue diferente. Parecía delicada y no resultó muy buena para el trabajo. Por eso mi mamá le mandaba hacer los trabajos más pesados del campo, para ver si aprendía de una vez. Para peor a Celina se le ocurrió que como ya estábamos casados, podíamos hacer rancho aparte y quedarme con mi plata. Yo le dije que por nada del mundo le haría eso a mamá. Quiso la mala suerte que la vieja supiera la idea de Celina. La trató de loca y nunca la perdonó. A mí me dio mucha vergüenza que mi mujer pensara en forma distinta que todos nosotros. Y me dolió ver quejosa a mi madre. Me reprochó que yo mismo ya no trabajaba como antes, y era la pura verdad.
Lo cierto es que pasaba mucho tiempo al lado de Celina. La pobre adelgazaba día a día, pero en cambio se le agrandaban los ojos. Y eso justamente me gustaba: sus ojos grandes. Nunca me cansé de mirárselos.

Pasó otro año y eso empeoró. La Roberta trabajaba en el campo como una burra y tuvo su segundo hijo. Mamá parecía contenta, porque igual que ella,la Roberta paría machitos para el trabajo. En cambio con Celina no tuvimos hijos, ni siquiera una nena. No me hacían falta, pero mi madre nos criticaba. Nunca me atreví a contradecirle, y menos cuando estaba enojada, como ocurrió esa vez que nos reunió a los dos hijos para decirnos que Celina debía dejar de joder en la casa y que de eso se encargaría ella. Después se quedó hablando con mi hermano y esto me dio mucha pena, porque ya no era como antes, cuando todo lo resolvíamos juntos. Ahora solamente se entendían mi madre y mi hermano. Al atardecer los vi partir en el sulky con una olla y una arpillera. Pensé que iban a buscar un yuyo o un gualicho en el monte para arreglar a Celina. No me atreví a preguntarle nada. Siempre me dio miedo ver enojada a mamá. Al día siguiente mi madre nos avisó que el domingo saldríamos de paseo al río. Jamás se mostró amiga de pasear los domingos o cualquier otro día, porque nunca faltó trabajo en casa o en el campo. Pero lo que más me extrañó fue que ordenó a Celina que viniese con nosotros, mientras Roberta debía quedarse a cuidar la casa y los chicos. Ese domingo me acordé de los tiempos viejos, cuandoéramos muchachitos. Mi madre parecía alegre y más joven. Preparó la comida para el paseo y enganchó el caballo al sulky. Después nos llevó hasta el recodo del río.
Era mediodía y hacía un calor de horno. Mi madre le dijo a Celina que fuese a enterrar la damajuana de vino en la arena húmeda. Le dio también la olla  envuelta en arpillera:
—Esto lo abrís en el río. Lavá bien los tomates que hay adentro para la ensalada. Quedamos solos y como siempre sin saber qué decirnos. De repente sentí un grito de Celina que me puso los pelos de punta. Después me llamó con un grito largo de animal perdido. Quise correr hacia allí, pero pensé en brujerías y me entró un gran miedo. Además mi madre me dijo que no me moviera de allí. Celina llegó tambaleándose como si ella sola hubiese chupado todo el vino que llevó a refrescar al río. No hizo otra cosa que mirarme muy adentro con esos ojos que tenía y cayó al suelo. Mi madre se agachó y miró cuidadosamente el cuerpo de Celina. Señaló:
—Ahí abajo del codo.
—Mismito allí picó la yarará —dijo mi hermano.
Observaban con ojos de entendidos. Celina abrió losojos y volvió a mirarme.
—Una víbora —tartamudeó—. Había una víbora en la olla.
Miré a mi madre y entonces ella se puso un dedo en la frente para dar a entender que Celina estaba loca. Lo cierto es que no parecía en su sano juicio: le temblaba la voz y no terminaba las palabras, como un borracho de lengua de trapo.
Quise apretarle el brazo para que no corriese el veneno, pero mi madre dijo que ya era demasiado tarde y no me atreví a contradecirle. Entonces dijeque debíamos llevarla al pueblo en el sulky. Mi madre no me contestó. Apretaba los labios y comprendí que se estaba enojando. Celina volvió a abrir los ojos y buscó mi mirada. Trató de incorporarse. A todos se nos ocurrió que el veneno no era suficientemente fuerte. Entonces mi madre me agarródel brazo.
—Eso se arregla de un solo modo —me dijo—. Vamos a hacerla correr.
Mi hermano me ayudó a levantarla del suelo. Le dijimos que debía correr para sanarse. En verdad es difícil que alguien se cure en esta forma: al correr, el veneno resulta peor y más rápido. Pero no me atreví a discutirle a mamá y Celina no parecía comprender gran cosa. Solamente tenía ojos-¡qué ojos!- para mirarme, y me hacía sí con la cabeza porque ya no podía mover la lengua.
Entonces subimos al sulky y comenzamos a andar de vuelta a casa. Celina apenas si podía mover las piernas, no sé si por el veneno o el miedo de morir. Se le agrandaban más los ojos y no me quitaba la mirada, como si fuera de mí no existiese otra cosa en el mundo. Yo iba en el sulky y le abría los brazos como cuando se enseña a andar a un
a criatura, y ella también me abría los brazos, tambaleándose como un borracho. De repente el veneno le llegó al corazón y cayó en la tierra como un pajarito.
La velamos en casa y al día siguiente la enterramosen el campo. Mi madre fue al pueblo para informar sobre el accidente. La vida continuó parecida a siempre, hasta que una tarde llegó el comisario de Chañaral con dos milicos y nos llevaron al pueblo, y después a la cárcel de Resistencia. Dicen que fue la Roberta quien contó en el pueblo la historia de la víbora en la olla. ¡Y la creímos tan callada como una mula! Siempre se hizo la mosquita muerta y al final se quedó con la casa, el sulky y lo demás.
Lo que sentimos de veras con mi hermano fue separamos de la vieja, cuando la llevaron para siempre a la cárcel de mujeres. Pero la verdad es que no me siento tan mal. En la penitenciaría se trabaja menos y se come mejor que en el campo. Solamente que quisiera olvidar alguna noche los ojos de Celina cuando corría detrás del sulky.


EL BUMBUM. Carmen Sacarías Agüero Vera


El muchachito vino corriendo. En el vaivén de sus cortas piernas inseguras, el cielo se agrandaba y achicaba por encima de la gloria ambarina de los racimos maduros. Se paró de pronto y el asombro entreabrió su boca y le hizo soltar la rama con que hostigaba a su poderoso corcel de escoba. Observó un largo rato, honda, minuciosamente. Vio la saya morada con ribetes amarrillos que cubría esa armazón de músculos enjutos que era Ramón. Vio la cara llena de muecas que no sabía si sonreír o seguir luchando con la tartamudez que frenaba las palabras. Sus ojos se detuvieron, absortos, en el bastidor que sostenían esas manos cortas y callosas y del cual colgaba, lacia, la funda llena de letras y de flores bordadas con colores estrepitosos.
“ Eso…”, ¿era Ramón…? El pelo hirsuto…esa húmeda mirada de bestia fiel, escondida tras las guiñadas y las muecas… Los anchos pies en las trajinadas alpargatas. Sí, era Ramón. ¿Pero…? Su desconcierto ser resolvió en clamores.

-         ¡Mamita…! ¡Tíaa! ¡Ramón se ha “volvido” mujer! Y el polvo recalentado del sol envolvió su carrera.
Ramón pudo hablar al fin. Siempre le ocurría así, se desenredaba su lengua cuando ya no la precisaba. Como una maldición más en su vida.
-         ¡Ni…ni…ñiiiño Luisito…cáaallese, niño Luisito!
A puñetazos su corazón lo obligó a dejar el bastidor del bordado. Se sentó en el suelo, sintiendo la satisfacción de ese estar con la tierra, el contacto más fiel que conociera. Calzó su espalda en el grueso tronco de la higuera, que, entre sus muchos frutos y sus pocas hojas pintaba en el suelo grandes lamparones y pequeñas guaicas titilantes del sol siestero. Siguió desde el suelo hasta las hojas las alucinantes franjas luminosas. Un bumbúm bochinchero entrelazó insensatos círculos, golpeándose una y otra vez las ramas. Entrecerrando los ojos siguió esos vuelos y los repetidos topetazos.
Sí, claro, él también en su vida había volado como ese bumbún. A los choques. Hasta nacer fue para él un golpe más.
Como que había tenido la audacia de nacer mujer, cuando su madre soltera y ya madura, esperaba un varón, porque así lo creía conveniente el amo de la casa, el prepotente y borracho hermano mayor.
-         ¡Tenís que tener un varón, pa`que te cuide a vos que sos sola y pa`que nos gane el puchero a los dos, cuando seamos viejos!
Y como su altanería no toleraba contradicciones, ni aún de la naturaleza resolvió nomás anotar como Ramón Chancalay a la niña recién nacida. La madre no se atrevió a tanto. Entre lágrimas la llevó a la vieja capilla del pueblo para que la “acristianaran” con el nombre de María.
¿Ramón? ¿María? ¿Qué era él? Círculos insensatos y golpes como el bumbúm. Asombro permanente de cuántos, como el chiquillo en es siesta entreveían su dilema.
La mancha morado de un higo le hizo alargar el brazo. Lo comió con cáscara, paladeando su áspera dulzura.
¡Sus primeros años! ¡Ásperos y dulcecitos también! Vestido igual que todos los changos de San Miguel, pueblito pegado como un pollito a la gallina, a la ciudad de Chilecito. Sí, así andaba con el tirador cruzado sujetando los pantalones a media pierna, con la pobre camisa entreabierta y el sombrero de alas bajas sobre el permanente inquirir de la mirada, taloneando el burro cargado de leña o de agua o de harina. Hondeando cachos y gorriones, tratando de aprovecha totalmente los magros riesgos, haciendo pelones o cuidando el fuego de la paila donde saltaba el dulce o burbujeaba el arrope. Y, siempre remachando, la taladrante voz del tío:
-         ¡No te quejís, sos hombre! ¿Los machos son juertes y no lloran!
A veces, la madre, su madre, amasada con sumisión y silencio, intercedía:
-         ¡Dejalo, es una  criatura!
A escondida, cuando el tío entre amigotes, vino y guitarras se iba de la casa, ella le enseñó a cocinar y a bordar ya rezar interminables novenas.
De don Eleuterio, que siempre los visitaba, aprendió el toque fundamental y rítmico del tambor de las procesiones y el aletear loco de la caja chayera. ¡Cómo le gustaba esa música! Más que sus manops era su propia sangre la ue golpeaba haciendo resonar, profundamente, todo su ser niño.
Borracho de luz el bumbúm ascendió y virando bruscamente golpeó contra el alto tapial que cerraba el patio, al frente de la higuera. Cayó y fue un punto más oscuro en la estrecha sombre que proyectaba la pared.
 Así cayó él, Ramón ante Linidor, su amigo. Y con ese golpe comenzó la pregunta quemante y cruel, en plena conciencia ya. ¿Qué era él? ¿Ramón? ¿María?
Fue en una lejana siesta, tan caliente como ésta. Primero lo empujó él y Linidor chapaleó, entre enojado y riente, en la frescura de la acequia. Chorreando agua salió y consiguió a su vez, zambullirlo. Eran dos chuschines gozando de esa agüita oscura de creciente, pero fresca como la de la tinaja del filtro. Luego fue necesario secar las ropas…Las pieles, desnudas, brillaron al sol.
Linidor se burlaba:- ¡Chinita! ¡Chinita! ¡Chinita! ¡Vos no sos hombre!
A golpe quiso demostrarle que sí era hombre, que siempre lo había sido, que por eso lo llamaban Ramón, le ponían pantalones y lo hacían ayudar a arar. Pero, lleno de moretones, se revolcó en la tierra vencido por el amigo.
Quiso explicarle. Entonces creció ese nudo horrible y negro, esa ampalagua que tironeaba su lengua, que convertía en un relampaguear de muecas su cara y que no lo dejaba hablar fácil, lindo, como los demás. Sin duda quedaba tan ridículo como el bumbúm, que ahora agitaba cómicamente sus patitas en el aire, esforzándose por enderezarse y poder levantar vuelo nuevamente. Él también forcejeó, desde entonces, por demostrar y demostrarse que era hombre, o que podía serlo, guapo y trabajador.
¿  Qué diría la gente del pueblo si de golpe, lo vieran con polleras? Se estremecía al imaginar las burlas que serían, sin duda, más crueles que los chicotazos con varas de sauce que en más de una ocasión probara. Además estaba él, a fuerza de rasurarse la limpia cara, consiguió que los ansiados pantalones largos lo encontraran con un bigotito incipiente que nada tenía que envidiar a los otros mozos del pueblo. Cantaba vidalas ahuecando la voz y golpeando la caja en las ruedas bolicheras. Enamoró a más de una niña, pero obligado a formalizar relaciones, siempre se alejaba quejoso del “portamiento” de la muchacha…Se rio blandamente al recordar esos, sus único chistes. Pero, lo que más lo enorgullecía era la fama que había ganado como hombre habilidoso. Sabía hacer de todo: levantar murallas, labrar una puerta, cultivar la tierra, construir una defensa…
Un día; el miedo y el rencor de tantos años estallaron contra la brutalidad creciente del tío. Ese energúmeno que había resuelto que él “tenía” que ser hombre. Fue un mes después de la muerte de su madre. Tartamudeando insultos reconoció sus cosas y, con sus propias manos, levantó su casa de dos piezas, pintadas coquetamente de rosa y celeste. Plantó frutales y flores, crio una “ulpishita”, dos zorzales y una reina mora. En la pieza principal, la de recibir visitas, colgó, como un blasón, el herrumbrado y pesado fusil de un antepasado montonero.
Todo parecía ir bien, como le parecería al bumbúm, que, habiendo conseguido darse vuelta, volaba ahora a pleno azul, haciéndose cada vez más chiquito. Pero a él le faltaba aún lo peor. ¿O lo mejor talvez? Nunca había podido definirlo.
Fue en la siestas de otro pueblo, a donde había acudido con su tambor y su fe ingenua. Pronto se hizo de amigos, Estaba alegre y ocurrente y, con el vino, hasta su tartamudez parecía curada.
Jamás supo cómo sucedió. Recordaba, sí, la rueda de amigos en el boliche y que él se había adormilado sobre  una mesa. Después, empujones, y un brazo fuerte que lo llevaba al patio de atrás, más allá del horno del pan y que lo volteó sobre lo que quedaba de una parva de pasto seco. El luchó, sí, Dios sabe hasta qué punto luchó, más, mucho más que en la pelea con Linidor. Pero ese aliento infecto de vino trasegado, esa boca enloquecida insultándolo, mordiéndolo, recorriendo su flaco cuerpo vencido. Sí, esa boca maldita y esas manos ásperas lastimando, poseyendo lo vedado, y ese sexo cruel hiriendo, quebrando…sí, todo eso pudo más que él. ¡Dios sabe cuánto luchó por liberarse!
Brutales risotadas se mesclaron a sus lamentos. Su feminidad amarrada tantos años, tomó su tremenda revancha en menos de una hora. El agudo dolor de su cuerpo y un no se qué extraño lo hizo gritar. Quedó solo al fin, pudo incorporarse. Se vistió, sacudió sus ropas y se internó en la negrura de esa noche, única en su vida.
Después, durante meses, ambuló solo hasta encontrar, en el cerro, un escondrijo seguro que llenó de provisiones. Allí, escondido, se asiló y como una bestezuela de los campos, supo del dolor y del miedo con el que se trae un hijo al mundo. También saboreó la ternura diferente y cálida que lo sofocaba, cuando, suavemente, apretaba contra si el moreno cuerpecito.
Ahora era María…¡ María con su niño! Lloró de felicidad y luego de angustia al sentir la sequedad de su pecho y ver peligrar la vida del hijo recién nacido. Tuvo que darlo a una mujer, una porteña, que casi no conocía, sin explicaciones, sin muecas, sin lágrimas, sintiendo sólo que algo, a dentro, era una caverna hueca y pesada.
No pudo ser más íntegramente Ramón, como antes. Hachaba y levantaba casas, pero seguía largamente con los ojos a todos los chicos del pueblo.
Se encerraba a bordar y, cuando nadie podía verlo, se ponía polleras, disimuladas bajo la forma de hábitos de los santos. Así tenía una disculpa a mano si alguien lo sorprendía, como Luisito en esa siesta.
Se levantó desperezándose pausadamente, como si se sacudiera el cansancio de toda su pobre vida. Rio para adentro al pensar que el bumbún lo había hecho volver a sus tiempos de changuito y de mozo. Y a sus eterno problema, ¿Ramón…? ¿María…? Ahora, con sus cincuenta años, siempre le ocurría así. Cualquier cosa lo llevaba atrás, lejos, a la raíz de su duda. El otro día fue una hora inclemente ardida de sol; antes una piedra arracada por la creciente; ahora, el bumbún…
Guardó cuidadosamente la funda que bordaba para la niña Filomena, en cuya casa servía desde varios años atrás y que le brindara, como nadie, comprensión y severo afecto. ¡Pícaro chiquillo que, con su albahaca, rompería la sorpresa que quería darle a la “niña”!
Se sacó el hábito de San Nicolás y comenzó a ponerse los gastados pantalones de trabajo. Los miró con cariño. ¡Estaba tan acostumbrado a ellos! Mientras luchaba por asegura la falseada hebilla pensó que, si hubiera sido la Pepa, la Esperanza o la Rosalía, y si hubiera tenido un tata y no a Don Remigio, su tío, talvez nunca se habría puesto esos pantalones y no hubiera conocido la amarga y a veces risible incertidumbre: ¿María?  ¿Ramón…?
Monótona pregunta retumbando siempre en su alma, como el zumbido y los tontos círculos de ese bumbún siestero.
Carmen Sacarías Agüero Vera











Actividades: a resolver 9 y 10 de mayo de 2018






- Lee atentamente los cantos V, VI, VII, VIII, IX y X, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:

1-     ¿Quién es el dios mensajero? ¿qué le comunica a Calipso?

2-     ¿Por qué lloraba Odiseo en la Isla de Calipso?

3-     ¿Qué sucedió con Odiseo una vez en la balsa? ¿Qué dios y por qué enfureció?

4-     ¿Cómo se llamaba la isla en la que termina después del naufragio? ¿Quién y cómo lo ayudan?

5-     ¿Cómo llega Odiseo al palacio de Alcínoo? ¿Cómo es atendido o agasajado por los feacios?

6-     ¿Qué regalos hace el rey de los Feacios a Odiseo?

7-     ¿Quién es Demódoco? Describa

8-      ¿Qué función cumple en el reinado? ¿Cuál es la historia que canta que es felicitado por Odiseo?

9-     ¿Qué es lo primero que Odiseo cuenta a los Feacios?

10-   Odiseo y sus hombres entran a la cueva del Ciclope, cuando este no está, ¿qué responde el Ciclope ante las suplicas de Odiseo? ¿Cómo hace para que ellos no salgan de allí?
11-   Poseidón está enojado con Odiseo por dejar ciego al Cíclope ¿Cómo lo hizo? ¿Cuál es su nombre?
12-  ¿Cómo logran escapar del Gigante luego de cegarlo?
13-   ¿Qué le regaló el rey Eolo a Odiseo para poder regresar a su tierra?
14-   ¿Qué relación tiene la palabra “Eólica” con el rey “Eolo”?
15-  ¿Por qué Eolo no lo ayuda la segunda vez?, ¿qué hicieron sus hombres?
16-   En la isla de Eea, habitaba Circe, ¿qué particularidades vivió allí? ¿qué dios lo ayuda contra los hechizos de Circe?
17-  ¿Qué pide Circe a Odiseo y su tripulación a cambio de volver a Ítaca?








 ACTIVIDADES DEL AÑO 2017







Actividades para el 24 de noviembre de 2017:
1. Luego de lo leído en la Obra "Es Tan difícil Volver a Ítaca":
a. Escribe un diálogo similar al de los personajes, pero entre Eduardo Sano y El Padre Enfermo en el mismo estado. (Breve)
b. Mencione todos los estados de ánimo por los que pasa Eduardo y Mónica. ¿En qué momento?¿Cuáles son las estrategias para salir a delante?
c. ¿Con qué otras estrategias podría haber ayudado Mónica a su hijo?
e. ¿Qué crees que genera en las personas la imposibilidad de comunicar?
f. Imagina y escribe aquellas frases que tu madre o padre, te diría si estarías en esta situación.
g. ¿Cómo te gustaría que termine la historia? ¿por qué?
2. Escribe un relato real o ficticio donde se narre una historia similar.
a. Recuerda respetar la estructura del relato: introducción; complicación; resolución.
b. No debe ser muy extensa pero debe tener todas las características de una narración.


¡Llevar el Cuadernillo!



El Bum Bum Carmen Agüero Vera

El muchachito vino corriendo. En el vaivén de sus cortas piernas inseguras, el cielo se agrandaba y achicaba por encima de la gloria ambarina de los racimos maduros. Se paró de pronto y el asombro entreabrió su boca y le hizo soltar la rama con que hostigaba a su poderoso corcel de escoba. Observó un largo rato, honda, minuciosamente. Vio la saya morada con ribetes amarrillos que cubría esa armazón de músculos enjutos que era Ramón. Vio la cara llena de muecas que no sabía si sonreír o seguir luchando con la tartamudez que frenaba las palabras. Sus ojos se detuvieron, absortos, en el bastidor que sostenían esas manos cortas y callosas y del cual colgaba, lacia, la funda llena de letras y de flores bordadas con colores estrepitosos.
“ Eso…”, ¿era Ramón…? El pelo hirsuto…esa húmeda mirada de bestia fiel, escondida tras las guiñadas y las muecas… Los anchos pies en las trajinadas alpargatas. Sí, era Ramón. ¿Pero…? Su desconcierto ser resolvió en clamores.
-         ¡Mamita…! ¡Tíaa! ¡Ramón se ha “volvido” mujer! Y el polvo recalentado del sol envolvió su carrera.
Ramón pudo hablar al fin. Siempre le ocurría así, se desenredaba su lengua cuando ya no la precisaba. Como una maldición más en su vida.
-         ¡Ni…ni…ñiiiño Luisito…cáaallese, niño Luisito!
A puñetazos su corazón lo obligó a dejar el bastidor del bordado. Se sentó en el suelo, sintiendo la satisfacción de ese estar con la tierra, el contacto más fiel que conociera. Calzó su espalda en el grueso tronco de la higuera, que, entre sus muchos frutos y sus pocas hojas pintaba en el suelo grandes lamparones y pequeñas guaicas titilantes del sol siestero. Siguió desde el suelo hasta las hojas las alucinantes franjas luminosas. Un bumbúm bochinchero entrelazó insensatos círculos, golpeándose una y otra vez las ramas. Entrecerrando los ojos siguió esos vuelos y los repetidos topetazos.
Sí, claro, él también en su vida había volado como ese bumbún. A los choques. Hasta nacer fue para él un golpe más.
Como que había tenido la audacia de nacer mujer, cuando su madre soltera y ya madura, esperaba un varón, porque así lo creía conveniente el amo de la casa, el prepotente y borracho hermano mayor.
-         ¡Tenís que tener un varón, pa`que te cuide a vos que sos sola y pa`que nos gane el puchero a los dos, cuando seamos viejos!
Y como su altanería no toleraba contradicciones, ni aún de la naturaleza resolvió nomás anotar como Ramón Chancalay a la niña recién nacida. La madre no se atrevió a tanto. Entre lágrimas la llevó a la vieja capilla del pueblo para que la “acristianaran” con el nombre de María.
¿Ramón? ¿María? ¿Qué era él? Círculos insensatos y golpes como el bumbúm. Asombro permanente de cuántos, como el chiquillo en es siesta entreveían su dilema.
La mancha morado de un higo le hizo alargar el brazo. Lo comió con cáscara, paladeando su áspera dulzura.
¡Sus primeros años! ¡Ásperos y dulcecitos también! Vestido igual que todos los changos de San Miguel, pueblito pegado como un pollito a la gallina, a la ciudad de Chilecito. Sí, así andaba con el tirador cruzado sujetando los pantalones a media pierna, con la pobre camisa entreabierta y el sombrero de alas bajas sobre el permanente inquirir de la mirada, taloneando el burro cargado de leña o de agua o de harina. Hondeando cachos y gorriones, tratando de aprovecha totalmente los magros riesgos, haciendo pelones o cuidando el fuego de la paila donde saltaba el dulce o burbujeaba el arrope. Y, siempre remachando, la taladrante voz del tío:
-         ¡No te quejís, sos hombre! ¿Los machos son juertes y no lloran!
A veces, la madre, su madre, amasada con sumisión y silencio, intercedía:
-         ¡Dejalo, es una  criatura!
A escondida, cuando el tío entre amigotes, vino y guitarras se iba de la casa, ella le enseñó a cocinar y a bordar ya rezar interminables novenas.
De don Eleuterio, que siempre los visitaba, aprendió el toque fundamental y rítmico del tambor de las procesiones y el aletear loco de la caja chayera. ¡Cómo le gustaba esa música! Más que sus manops era su propia sangre la ue golpeaba haciendo resonar, profundamente, todo su ser niño.
Borracho de luz el bumbúm ascendió y virando bruscamente golpeó contra el alto tapial que cerraba el patio, al frente de la higuera. Cayó y fue un punto más oscuro en la estrecha sombre que proyectaba la pared.
 Así cayó él, Ramón ante Linidor, su amigo. Y con ese golpe comenzó la pregunta quemante y cruel, en plena conciencia ya. ¿Qué era él? ¿Ramón? ¿María?
Fue en una lejana siesta, tan caliente como ésta. Primero lo empujó él y Linidor chapaleó, entre enojado y riente, en la frescura de la acequia. Chorreando agua salió y consiguió a su vez, zambullirlo. Eran dos chuschines gozando de esa agüita oscura de creciente, pero fresca como la de la tinaja del filtro. Luego fue necesario secar las ropas…Las pieles, desnudas, brillaron al sol.
Linidor se burlaba:- ¡Chinita! ¡Chinita! ¡Chinita! ¡Vos no sos hombre!
A golpe quiso demostrarle que sí era hombre, que siempre lo había sido, que por eso lo llamaban Ramón, le ponían pantalones y lo hacían ayudar a arar. Pero, lleno de moretones, se revolcó en la tierra vencido por el amigo.
Quiso explicarle. Entonces creció ese nudo horrible y negro, esa ampalagua que tironeaba su lengua, que convertía en un relampaguear de muecas su cara y que no lo dejaba hablar fácil, lindo, como los demás. Sin duda quedaba tan ridículo como el bumbúm, que ahora agitaba cómicamente sus patitas en el aire, esforzándose por enderezarse y poder levantar vuelo nuevamente. Él también forcejeó, desde entonces, por demostrar y demostrarse que era hombre, o que podía serlo, guapo y trabajador.
¿  Qué diría la gente del pueblo si de golpe, lo vieran con polleras? Se estremecía al imaginar las burlas que serían, sin duda, más crueles que los chicotazos con varas de sauce que en más de una ocasión probara. Además estaba él, a fuerza de rasurarse la limpia cara, consiguió que los ansiados pantalones largos lo encontraran con un bigotito incipiente que nada tenía que envidiar a los otros mozos del pueblo. Cantaba vidalas ahuecando la voz y golpeando la caja en las ruedas bolicheras. Enamoró a más de una niña, pero obligado a formalizar relaciones, siempre se alejaba quejoso del “portamiento” de la muchacha…Se rio blandamente al recordar esos, sus único chistes. Pero, lo que más lo enorgullecía era la fama que había ganado como hombre habilidoso. Sabía hacer de todo: levantar murallas, labrar una puerta, cultivar la tierra, construir una defensa…
Un día; el miedo y el rencor de tantos años estallaron contra la brutalidad creciente del tío. Ese energúmeno que había resuelto que él “tenía” que ser hombre. Fue un mes después de la muerte de su madre. Tartamudeando insultos reconoció sus cosas y, con sus propias manos, levantó su casa de dos piezas, pintadas coquetamente de rosa y celeste. Plantó frutales y flores, crio una “ulpishita”, dos zorzales y una reina mora. En la pieza principal, la de recibir visitas, colgó, como un blasón, el herrumbrado y pesado fusil de un antepasado montonero.
Todo parecía ir bien, como le parecería al bumbúm, que, habiendo conseguido darse vuelta, volaba ahora a pleno azul, haciéndose cada vez más chiquito. Pero a él le faltaba aún lo peor. ¿O lo mejor talvez? Nunca había podido definirlo.
Fue en la siestas de otro pueblo, a donde había acudido con su tambor y su fe ingenua. Pronto se hizo de amigos, Estaba alegre y ocurrente y, con el vino, hasta su tartamudez parecía curada.
Jamás supo cómo sucedió. Recordaba, sí, la rueda de amigos en el boliche y que él se había adormilado sobre  una mesa. Después, empujones, y un brazo fuerte que lo llevaba al patio de atrás, más allá del horno del pan y que lo volteó sobre lo que quedaba de una parva de pasto seco. El luchó, sí, Dios sabe hasta qué punto luchó, más, mucho más que en la pelea con Linidor. Pero ese aliento infecto de vino trasegado, esa boca enloquecida insultándolo, mordiéndolo, recorriendo su flaco cuerpo vencido. Sí, esa boca maldita y esas manos ásperas lastimando, poseyendo lo vedado, y ese sexo cruel hiriendo, quebrando…sí, todo eso pudo más que él. ¡Dios sabe cuánto luchó por liberarse!
Brutales risotadas se mesclaron a sus lamentos. Su feminidad amarrada tantos años, tomó su tremenda revancha en menos de una hora. El agudo dolor de su cuerpo y un no se qué extraño lo hizo gritar. Quedó solo al fin, pudo incorporarse. Se vistió, sacudió sus ropas y se internó en la negrura de esa noche, única en su vida.
Después, durante meses, ambuló solo hasta encontrar, en el cerro, un escondrijo seguro que llenó de provisiones. Allí, escondido, se asiló y como una bestezuela de los campos, supo del dolor y del miedo con el que se trae un hijo al mundo. También saboreó la ternura diferente y cálida que lo sofocaba, cuando, suavemente, apretaba contra si el moreno cuerpecito.
Ahora era María…¡ María con su niño! Lloró de felicidad y luego de angustia al sentir la sequedad de su pecho y ver peligrar la vida del hijo recién nacido. Tuvo que darlo a una mujer, una porteña, que casi no conocía, sin explicaciones, sin muecas, sin lágrimas, sintiendo sólo que algo, a dentro, era una caverna hueca y pesada.
No pudo ser más íntegramente Ramón, como antes. Hachaba y levantaba casas, pero seguía largamente con los ojos a todos los chicos del pueblo.
Se encerraba a bordar y, cuando nadie podía verlo, se ponía polleras, disimuladas bajo la forma de hábitos de los santos. Así tenía una disculpa a mano si alguien lo sorprendía, como Luisito en esa siesta.
Se levantó desperezándose pausadamente, como si se sacudiera el cansancio de toda su pobre vida. Rio para adentro al pensar que el bumbún lo había hecho volver a sus tiempos de changuito y de mozo. Y a sus eterno problema, ¿Ramón…? ¿María…? Ahora, con sus cincuenta años, siempre le ocurría así. Cualquier cosa lo llevaba atrás, lejos, a la raíz de su duda. El otro día fue una hora inclemente ardida de sol; antes una piedra arracada por la creciente; ahora, el bumbún…
Guardó cuidadosamente la funda que bordaba para la niña Filomena, en cuya casa servía desde varios años atrás y que le brindara, como nadie, comprensión y severo afecto. ¡Pícaro chiquillo que, con su albahaca, rompería la sorpresa que quería darle a la “niña”!
Se sacó el hábito de San Nicolás y comenzó a ponerse los gastados pantalones de trabajo. Los miró con cariño. ¡Estaba tan acostumbrado a ellos! Mientras luchaba por asegura la falseada hebilla pensó que, si hubiera sido la Pepa, la Esperanza o la Rosalía, y si hubiera tenido un tata y no a Don Remigio, su tío, talvez nunca se habría puesto esos pantalones y no hubiera conocido la amarga y a veces risible incertidumbre: ¿María?  ¿Ramón…?
Monótona pregunta retumbando siempre en su alma, como el zumbido y los tontos círculos de ese bumbún siestero.




 Leer el cunto y resolver las consignas dictada en clase:
 LA AFRENTA DE CORPES, en el Mio Cid:




Los Ojos de Celina. Bernardo Kordon



LOS OJOS DE CELINA.
En la tarde blanca de calor, los ojos de Celina me parecieron dos pozos de agua fresca. No me retiré de su lado, como si en medio del algodonal quemado por el sol hubiese encontrado la sombra de un sauce. Pero mi madre opinó lo contrario: "Ella te buscó, la sinvergüenza”. Estas fueron sus palabras. Como siempre no me atreví a contradecirle, pero si mal no recuerdo fui yo quien se quedó al lado de Celina con ganas de mirarla a cada rato.
Desde ese día la ayudé en la cosecha, y tampoco esto le pareció bien a mi madre, acostumbrada como estaba a los modos que nos enseñó en la familia. Es decir, trabajar duro y seguido, sin pensar en otra cosa. Y lo que ganábamos era para mamá, sin quedarnos con un solo peso. Siempre fue la vieja quien resolvió todos los gastos de la casa y de nosotros. Mi hermano se casó antes que yo, porque era el mayor y también porque la Roberta parecía trabajadora y callada como una mula. No se metió enlas cosas de la familia y todo siguió como antes. Al poco tiempo ni nos acordábamos que había una extraña en la casa. En cambio con Celina fue diferente. Parecía delicada y no resultó muy buena para el trabajo. Por eso mi mamá le mandaba hacer los trabajos más pesados del campo, para ver si aprendía de una vez. Para peor a Celina se le ocurrió que como ya estábamos casados, podíamos hacer rancho aparte y quedarme con mi plata. Yo le dije que por nada del mundo le haría eso a mamá. Quiso la mala suerte que la vieja supiera la idea de Celina. La trató de loca y nunca la perdonó. A mí me dio mucha vergüenza que mi mujer pensara en forma distinta que todos nosotros. Y me dolió ver quejosa a mi madre. Me reprochó que yo mismo ya no trabajaba como antes, y era la pura verdad.
Lo cierto es que pasaba mucho tiempo al lado de Celina. La pobre adelgazaba día a día, pero en cambio se le agrandaban los ojos. Y eso justamente me gustaba: sus ojos grandes. Nunca me cansé de mirárselos.
Pasó otro año y eso empeoró. La Roberta trabajaba en el campo como una burra y tuvo su segundo hijo. Mamá parecía contenta, porque igual que ella,la Roberta paría machitos para el trabajo. En cambio con Celina no tuvimos hijos, ni siquiera una nena. No me hacían falta, pero mi madre nos criticaba. Nunca me atreví a contradecirle, y menos cuando estaba enojada, como ocurrió esa vez que nos reunió a los dos hijos para decirnos que Celina debía dejar de joder en la casa y que de eso se encargaría ella. Después se quedó hablando con mi hermano y esto me dio mucha pena, porque ya no era como antes, cuando todo lo resolvíamos juntos. Ahora solamente se entendían mi madre y mi hermano. Al atardecer los vi partir en el sulky con una olla y una arpillera. Pensé que iban a buscar un yuyo o un gualicho en el monte para arreglar a Celina. No me atreví a preguntarle nada. Siempre me dio miedo ver enojada a mamá. Al día siguiente mi madre nos avisó que el domingo saldríamos de paseo al río. Jamás se mostró amiga de pasear los domingos o cualquier otro día, porque nunca faltó trabajo en casa o en el campo. Pero lo que más me extrañó fue que ordenó a Celina que viniese con nosotros, mientras Roberta debía quedarse a cuidar la casa y los chicos. Ese domingo me acordé de los tiempos viejos, cuandoéramos muchachitos. Mi madre parecía alegre y más joven. Preparó la comida para el paseo y enganchó el caballo al sulky. Después nos llevó hasta el recodo del río.
Era mediodía y hacía un calor de horno. Mi madre le dijo a Celina que fuese a enterrar la damajuana de vino en la arena húmeda. Le dio también la olla  envuelta en arpillera:
—Esto lo abrís en el río. Lavá bien los tomates que hay adentro para la ensalada. Quedamos solos y como siempre sin saber qué decirnos. De repente sentí un grito de Celina que me puso los pelos de punta. Después me llamó con un grito largo de animal perdido. Quise correr hacia allí, pero pensé en brujerías y me entró un gran miedo. Además mi madre me dijo que no me moviera de allí. Celina llegó tambaleándose como si ella sola hubiese chupado todo el vino que llevó a refrescar al río. No hizo otra cosa que mirarme muy adentro con esos ojos que tenía y cayó al suelo. Mi madre se agachó y miró cuidadosamente el cuerpo de Celina. Señaló:
—Ahí abajo del codo.
—Mismito allí picó la yarará —dijo mi hermano.
Observaban con ojos de entendidos. Celina abrió losojos y volvió a mirarme.
—Una víbora —tartamudeó—. Había una víbora en la olla.
Miré a mi madre y entonces ella se puso un dedo en la frente para dar a entender que Celina estaba loca. Lo cierto es que no parecía en su sano juicio: le temblaba la voz y no terminaba las palabras, como un borracho de lengua de trapo.
Quise apretarle el brazo para que no corriese el veneno, pero mi madre dijo que ya era demasiado tarde y no me atreví a contradecirle. Entonces dijeque debíamos llevarla al pueblo en el sulky. Mi madre no me contestó. Apretaba los labios y comprendí que se estaba enojando. Celina volvió a abrir los ojos y buscó mi mirada. Trató de incorporarse. A todos se nos ocurrió que el veneno no era suficientemente fuerte. Entonces mi madre me agarródel brazo.
—Eso se arregla de un solo modo —me dijo—. Vamos a hacerla correr.
Mi hermano me ayudó a levantarla del suelo. Le dijimos que debía correr para sanarse. En verdad es difícil que alguien se cure en esta forma: al correr, el veneno resulta peor y más rápido. Pero no me atreví a discutirle a mamá y Celina no parecía comprender gran cosa. Solamente tenía ojos-¡qué ojos!- para mirarme, y me hacía sí con la cabeza porque ya no podía mover la lengua.
Entonces subimos al sulky y comenzamos a andar de vuelta a casa. Celina apenas si podía mover las piernas, no sé si por el veneno o el miedo de morir. Se le agrandaban más los ojos y no me quitaba la mirada, como si fuera de mí no existiese otra cosa en el mundo. Yo iba en el sulky y le abría los brazos como cuando se enseña a andar a un
a criatura, y ella también me abría los brazos, tambaleándose como un borracho. De repente el veneno le llegó al corazón y cayó en la tierra como un pajarito.
La velamos en casa y al día siguiente la enterramosen el campo. Mi madre fue al pueblo para informar sobre el accidente. La vida continuó parecida a siempre, hasta que una tarde llegó el comisario de Chañaral con dos milicos y nos llevaron al pueblo, y después a la cárcel de Resistencia. Dicen que fue la Roberta quien contó en el pueblo la historia de la víbora en la olla. ¡Y la creímos tan callada como una mula! Siempre se hizo la mosquita muerta y al final se quedó con la casa, el sulky y lo demás.
Lo que sentimos de veras con mi hermano fue separamos de la vieja, cuando la llevaron para siempre a la cárcel de mujeres. Pero la verdad es que no me siento tan mal. En la penitenciaría se trabaja menos y se come mejor que en el campo. Solamente que quisiera olvidar alguna noche los ojos de Celina cuando corría detrás del sulky


El Gato Negro. Edgar Allan Poe
 

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida… (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes, caballeros?… tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!


Actividades:
1.Descarga el libro de lectura: "Es tan difícil volver a Ítaca" de Esteban Valentino.(Haz click)
2. Lee las primeras 10 páginas, y responde:
 a. ¿Quiénes son los personajes del relato?
 b. ¿Qué es el Síndrome de Melas?
 c. ¿Qué relación tiene con la Odisea de Homero?
 d. Realice un comentario de lo sucedido.
 e. ¿Cuáles son los temas que se tocan?












 Actividades a entregar el 29 de junio

- Lee atentamente los cantos V, VI, VII, VIII, IX y X, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:

1-     ¿Quién es el dios mensajero? ¿qué le comunica a Calipso?

2-     ¿Por qué lloraba Odiseo en la Isla de Calipso?

3-     ¿Qué sucedió con Odiseo una vez en la balsa? ¿Qué dios y por qué enfureció?

4-     ¿Cómo se llamaba la isla en la que termina después del naufragio? ¿Quién y cómo lo ayudan?

5-     ¿Cómo llega Odiseo al palacio de Alcínoo? ¿Cómo es atendido o agasajado por los feacios?

6-     ¿Qué regalos hace el rey de los Feacios a Odiseo?

7-     ¿Quién es Demódoco? Describa

8-      ¿Qué función cumple en el reinado? ¿Cuál es la historia que canta que es felicitado por Odiseo?

9-     ¿Qué es lo primero que Odiseo cuenta a los Feacios?

10-   Odiseo y sus hombres entran a la cueva del Ciclope, cuando este no está, ¿qué responde el Ciclope ante las suplicas de Odiseo? ¿Cómo hace para que ellos no salgan de allí?
11-   Poseidón está enojado con Odiseo por dejar ciego al Cíclope ¿Cómo lo hizo? ¿Cuál es su nombre?
12-  ¿Cómo logran escapar del Gigante luego de cegarlo?
13-   ¿Qué le regaló el rey Eolo a Odiseo para poder regresar a su tierra?
14-   ¿Qué relación tiene la palabra “Eólica” con el rey “Eolo”?
15-  ¿Por qué Eolo no lo ayuda la segunda vez?, ¿qué hicieron sus hombres?
16-   En la isla de Eea, habitaba Circe, ¿qué particularidades vivió allí? ¿qué dios lo ayuda contra los hechizos de Circe?
17-  ¿Qué pide Circe a Odiseo y su tripulación a cambio de volver a Ítaca?
c- Lee atentamente los cantos XI, XII, XIII, XIV, XV y XVI, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:
1-     ¿Con quiénes se encontró primero Odiseo en el Hades?
2-     ¿Qué es lo que llevó a Elpénor a ese sitio? ¿Qué le pide éste a Odiseo?
3-     ¿Quién es Tiresias? ¿Qué vaticina para Odiseo?
4-     ¿Con qué familiar se encuentra Odiseo en el Hades? ¿qué información le entregó?
5-     Nombra alguno de los personajes más conocidos encontrados por Ulises en el Hades.
6-     ¿Qué es lo primero que hace Ulises u Odiseo al llegar a la isla de Eas?
7-     Describe a las Sirenas con las que se encontró Odiseo. ¿Cómo evitó ser atrapado? ¿qué cantaban?
8-     ¿Qué nombre tenían los monstruos con los que se enfrentó luego de las sirenas?
9-     ¿Qué generó Euríloco en la Isla del Sol?
10-   Los feacios ayudaron a Odiseo, por esto Poseidón enfureció ¿Cómo castigó a los feacios?
11-    Una vez llegado a Ítaca, ¿qué hace Atenea por Odiseo para que pueda entrar en el palacio?
12-   ¿Cuál es la relación entre Eumeo y Odiseo? Explique.
13-   ¿Qué relata Odiseo a Eumeo?
14-    Atenea se presenta ante Telémaco en Esparta, ¿qué es lo que le pide hacer?
15-   ¿Qué hace Menelao por Telémaco? ¿Qué predice Menelao al ver las aves? Explique.
16-   ¿Cómo reaccionó Odiseo al ver después de tanto tiempo a su hijo?
17-   Eumeo recibe a Odiseo en la apariencia de un anciano, no obstante interviene Atenea, ¿Qué sucede? ¿cómo reacciona Telémaco?
18-   ¿Qué es lo que planifican Odiseo y Telémaco?


PPA, RECUPERATORIO "EL PODER DE LAS PALABRAS"
1 Observe el siguiente video:
2. Lee el cuento "Algo muy extraño va a suceder en este pueblo" de Gabriel García Márquez
3. Resuelve las consignas.“Algo muygrave va  a suceder en este Pueblo” Gabriel García Márque
 Escuchar audio-relato click aquí
1.  ¿Cómo es este pueblo del que narra Gabriel García Márquez? Describe2.      
2.  ¿Qué expresión desencadena todos los hechos?
3. ¿Qué sentimientos despierta la sensación en el pueblo? ¿Cómo reacciona el pueblo?
4. Menciona cuáles son las exageraciones que existen en el relato.
5. ¿Se cumple el presentimiento de la “Vieja”? ¿Por qué? ¿Fue por vidente o por ocasionadora?
6.  Modifique alguna parte de la historia y escriba su relato.
7. ¿Qué cosas o hechos suceden que son propios de un pueblo como el nuestro?
8. ¿Qué tiene que ver la superstición con todo lo sucedido
9.  ¿Cuál es el mensaje del cuento? ¿Qué enseñanza moral nos deja?
10. ¿Quién fue Gabriel García Márquez? Escriba una breve biografía.
 Actividades para entregar el jueves 4 de mayo de 2017

Editorial: La Estación
Versión: Nicolás Schuff
Autor:  Homero
Cuestionario:
a)     Lee atentamente los cantos  I, II, III, y IV de la Obra y resuelve las consignas subsiguientes: (Entregar el Jueves 4 de mayo)
1.     Selecciona las palabras que no entiende y elabora una lista buscando sus respectivos significados.
2.     ¿Cuál era el dios que no se encontraba presente en la reunión del Olimpo? ¿por qué?
3.     ¿Cuál es la diosa que pide a Zeus que intervenga a favor de Odiseo? Descríbela
4.     ¿Por qué Poseidón estaba disgustado con Odiseo?
5.     ¿Cómo se le presenta Atenea a Telémaco? ¿qué le dice al respecto?
6.     ¿De qué manera entretenía Penélope a sus pretendientes?
7.     ¿Por qué Odiseo no puede regresar a Ítaca? ¿Dónde se encuentra?
8.     ¿A qué batalla se fue Odiseo? ¿Cuánto hacia que estaba fuera de su reino?
9.     ¿Qué molestaba a Telémaco de los pretendientes?
10.   ¿Qué fue lo último que le dijo Atenea a Telémaco antes de partir en busca de su padre?
11.   ¿Qué responde Nestor a Telémaco cuando éste le pregunta sobre su padre?
12.   Según Nestor, ¿quién tuvo la idea del caballo de Troya?
13.   ¿La forma de qué animal adoptó Atenea cuando terminó la conversación entre Telémaco y Nestor? ¿Qué le ofreció Nestor a Telémaco?
14.   ¿Cómo recibe Menelao a Telémaco? ¿Qué siente Menelao por Odiseo?
15.   ¿Qué es lo que Menelao hace por Telémaco? ¿Qué datos le da? ¿Qué obsequio le hace?
16.   ¿Quién planeó la emboscada a Telémaco? ¿Cómo lo hizo?

ESTO TODAVÍA NO SE RESUELVE
b- Lee atentamente los cantos V, VI, VII, VIII, IX y X, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:
1-     ¿Quién es el dios mensajero? ¿qué le comunica a Calipso?
2-     ¿Por qué lloraba Odiseo en la Isla de Calipso?
3-     ¿Qué sucedió con Odiseo una vez en la balsa? ¿Qué dios y por qué enfureció?
4-     ¿Cómo se llamaba la isla en la que termina después del naufragio? ¿Quién y cómo lo ayudan?
5-     ¿Cómo llega Odiseo al palacio de Alcínoo? ¿Cómo es atendido o agasajado por los feacios?
6-     ¿Qué regalos hace el rey de los Feacios a Odiseo?
7-     ¿Quién es Demódoco? Describa
8-      ¿Qué función cumple en el reinado? ¿Cuál es la historia que canta que es felicitado por Odiseo?
9-     ¿Qué es lo primero que Odiseo cuenta a los Feacios?
10-   Odiseo y sus hombres entran a la cueva del Ciclope, cuando este no está, ¿qué responde el Ciclope ante las suplicas de Odiseo? ¿Cómo hace para que ellos no salgan de allí?
11-   Poseidón está enojado con Odiseo por dejar ciego al Cíclope ¿Cómo lo hizo? ¿Cuál es su nombre?
12-  ¿Cómo logran escapar del Gigante luego de cegarlo?
13-   ¿Qué le regaló el rey Eolo a Odiseo para poder regresar a su tierra?
14-   ¿Qué relación tiene la palabra “Eólica” con el rey “Eolo”?
15-  ¿Por qué Eolo no lo ayuda la segunda vez?, ¿qué hicieron sus hombres?
16-   En la isla de Eea, habitaba Circe, ¿qué particularidades vivió allí? ¿qué dios lo ayuda contra los hechizos de Circe?
17-  ¿Qué pide Circe a Odiseo y su tripulación a cambio de volver a Ítaca?
c- Lee atentamente los cantos XI, XII, XIII, XIV, XV y XVI, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:
1-     ¿Con quiénes se encontró primero Odiseo en el Hades?
2-     ¿Qué es lo que llevó a Elpénor a ese sitio? ¿Qué le pide éste a Odiseo?
3-     ¿Quién es Tiresias? ¿Qué vaticina para Odiseo?
4-     ¿Con qué familiar se encuentra Odiseo en el Hades? ¿qué información le entregó?
5-     Nombra alguno de los personajes más conocidos encontrados por Ulises en el Hades.
6-     ¿Qué es lo primero que hace Ulises u Odiseo al llegar a la isla de Eas?
7-     Describe a las Sirenas con las que se encontró Odiseo. ¿Cómo evitó ser atrapado? ¿qué cantaban?
8-     ¿Qué nombre tenían los monstruos con los que se enfrentó luego de las sirenas?
9-     ¿Qué generó Euríloco en la Isla del Sol?
10-   Los feacios ayudaron a Odiseo, por esto Poseidón enfureció ¿Cómo castigó a los feacios?
11-    Una vez llegado a Ítaca, ¿qué hace Atenea por Odiseo para que pueda entrar en el palacio?
12-   ¿Cuál es la relación entre Eumeo y Odiseo? Explique.
13-   ¿Qué relata Odiseo a Eumeo?
14-    Atenea se presenta ante Telémaco en Esparta, ¿qué es lo que le pide hacer?
15-   ¿Qué hace Menelao por Telémaco? ¿Qué predice Menelao al ver las aves? Explique.
16-   ¿Cómo reaccionó Odiseo al ver después de tanto tiempo a su hijo?
17-   Eumeo recibe a Odiseo en la apariencia de un anciano, no obstante interviene Atenea, ¿Qué sucede? ¿cómo reacciona Telémaco?
18-   ¿Qué es lo que planifican Odiseo y Telémaco?

Lee atentamente los cantos XVII al XXIV, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes: 
1- ¿Quién es Argos? ¿Qué relación tiene con Odiseo?
2- ¿Qué es lo que Telémaco le dice a Penelope en su regreso?
3- ¿Cómo actúa  Odiseo vestido como mendigo en su primera entrada? ¿Qué hace?
4- ¿Cómo fue el diálogo entre Antínoo y el mendigo?
5- ¿Cómo resulta la discusión entre Odisero e Iro?
6-  En el diálogo con Odiseo vestido de mendigo, Eurímaco enfurece, ¿por qué?
7- ¿Quién era Euriclea? ¿Cómo lo reconoce?
8- ¿Quién agrede en la último banquete al mendigo? ¿Cómo reacciona Telémaco?
9- ¿En qué consiste el certamen organizado por Penelope para atrubuirse esposo? Explique.
10- Describa brevemente cómo organizó y ejecutó Odiseo la venganza.
11-¿Cómo recibe Penelope a Odiseo? ¿Cuáles fueron sus primeras palabras?
12- ¿En qué consiste el pacto final de la historia? ¿Cómo intervienen los dioses?

 

 


Grupo A : “El Leve Pedro” EnriqueAnderson Imbert:
Escuhar el audio-relato click aquí
1.        ¿ Qué le sucede a Pedro?
2.       Explique estos términos: “Languideces” “Convaleciente” “Rió convulsivamente”
3.       ¿Qué quiso decir que “ Algo le iba vaciando el cuerpo…se sentía de una ingravidez portentosa”?
4.      ¿Cuál fue el primer hecho que lo hace descubrir lo que le pasa?
5.       ¿Por qué su mujer lo reprende?
6.      ¿Qué hizo la esposa para no perderlo?
7.       ¿Cómo fue el final de Pedro? Relate.
8.      Algunos interpretes dicen que el cuento es una metáfora dedicada a los enfermos terminales:
a.       ¿Por qué será que lo dicen?
b.      Compara a un enfermo terminal con el leve Pedro y explica algunos hechos.
9.      Escribe un nuevo final para esta historia.
10.    Extrae una frase y explica por qué la elegiste.
Grupo F “ElClub de los Perfectos”  Graciela Montes

1.        Mencione el tema principal y los secundarios.
2.       ¿Cómo se describe a los Perfectos?
3.       ¿Por qué se produce el desorden en la fiesta de los perfectos?
4.      El relato muestra dos sociedades, ¿cuáles son? ¿qué características tienen los que no entran en el club?
5.       ¿Qué es lo que quiere representar el escritor?  ¿Cuál es el mensaje del relato? Explique.
6.      Escríbale un nuevo final a la historia.
7.       El cuento está narrado en un tono demasiado irónico; Seleccione y escriba algunas frases irónicas. ¿Qué es la ironía?
8.      ¿Suceden hechos de discriminación en el relato? Comente.
9.      ¿Es posible la perfección de la que habla la escritora? ¿Es importante? ¿Qué piensa?
10.    ¿Qué piensa sobre los abusos físicos por alcanzar la perfección?

Audio-relato click aquí

1.        Mencione y describa todos los personajes del relato.
2.       ¿Quién relata la historia? ¿Qué recuerda con nostalgia?
3.       ¿Por qué debieron detenerse?
4.      ¿Cómo reaccionaron apenas vieron a la Yarará?
5.       ¿Cómo actuaron para evitar que el veneno siguiera su fatal recorrido?
6.      ¿En qué tiempo ocurre la historia? ¿Cómo  cree que es ese tiempo para las personas de zona rural?
7.       ¿Cómo lo demuestra el cuento al “Chaco”? describa.
8.      ¿Qué enseñanza moral nos deja el relato?
9.      Modifique alguna parte de la historia y cambie el relato.
10.    Nombre los temas que se desarrollan en el relato.

1.        Cuál es el tema principal del cuento?
2.       ¿Qué recuerdo tiene de esa larga temporada con su abuela? Responda sencillamente.
3.       ¿Qué le dio la abuela para que armase una pelota cuando le pidió la del almacén?
4.      ¿Cómo describe a la pelota de trapo? ¿Qué dice de ella?
5.       ¿Qué hacían cuando estaban tristes o tenía fiestas?
6.      Según el comportamiento de los personajes, ¿qué deduce de sus condiciones sociales y económicas?
7.       ¿Qué hizo cuando le volvió la angustia?
8.      Muchas veces ante la negativa de querer algo y no poder tenerlo, las personas de escasos recursos reaccionan como este personaje al final: ¿cómo se llama a ese sentimiento? ¿ por qué se ven obligados a sentirlo?
9.      Modifique alguna parte del relato y cree uno nuevo.
10.    ¿Cuál es la enseñanza moral del relato?

1.        ¿Qué quiere decir auténtico? Explique
2.       ¿Para quién se vestía y se esforzaba la rana? ¿Era necesario que lo haga?
3.       ¿Cuál es el mensaje del relato? ¿Por qué después de hacer todo los esfuerzos, no es auténtica?
4.      Modifique el relato y vuélvalo a escribir cambiando al personaje: puede ser un conejo, un grillo, un lobo, etc.
5.       Mencione el tema principal y luego responda: ¿Logra ser auténtica? ¿Por qué? ¿Qué debía hacer para ser auténtica?
6.      ¿Qué es lo contrario de autenticidad? ¿Es importante ser auténtico?
7.       Escriba una breve biografía del autor.
8.       Busque y lea algún otro relato de este autor. 

Actividades a entregar el jueves: 

En el segundo módulo del cuadernillo, tienen actividades a resolver sobre la literatura Clásica. Aquí subo las páginas a resolver.  



 

  

 

Actividades que se controlarán el día Jueves 23 de  Junio.

Guía de Actividades de lectura y escritura basada en la Obra "La Odisea" de Homero

b- Lee atentamente los capítulos V, VI, VII, VIII, IX y X, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:

1-    ¿Quién es el dios mensajero? ¿qué le comunica a Calipso?
2-    ¿Por qué lloraba Odiseo en la Isla de Calipso?
3-    ¿Qué sucedió con Odiseo una vez en la balsa? ¿Qué dios y por qué enfureció?
4-    ¿Cómo se llamaba la isla en la que termina después del naufragio? ¿Quién y cómo lo ayudan?
5-    ¿Cómo llega Odiseo al palacio de Alcínoo? ¿Cómo es atendido o agasajado por los feacios?
6-    ¿Qué regalos hace el rey de los Feacios a Odiseo?
7-    ¿Quién es Demódoco? Describa
8-     ¿Qué función cumple en el reinado? ¿Cuál es la historia que canta que es felicitado por Odiseo?
9-    ¿Qué es lo primero que Odiseo cuenta a los Feacios?
Circe
10-  Odiseo y sus hombres entran a la cueva del Ciclope, cuando este no está, ¿qué responde el Ciclope ante las suplicas de Odiseo? ¿Cómo hace para que ellos no salgan de allí?
11-  Poseidón está enojado con Odiseo por dejar ciego al Cíclope ¿Cómo lo hizo? ¿Cuál es su nombre?
12- ¿Cómo logran escapar del Gigante luego de cegarlo?
13-  ¿Qué le regaló el rey Eolo a Odiseo para poder regresar a su tierra?
14-  ¿Qué relación tiene la palabra “Eólica” con el rey “Eolo”?
15- ¿Por qué Eolo no lo ayuda la segunda vez?, ¿qué hicieron sus hombres?
16-  En la isla de Eea, habitaba Circe, ¿qué particularidades vivió allí? ¿qué dios lo ayuda contra los hechizos de Circe?
17- ¿Qué pide Circe a Odiseo y su tripulación a cambio de volver a Ítaca?


Actividades ya controladas del 30 de mayo de 2016
a)    Lee atentamente los capítulos I, II, III, y IV de la Obra y resuelve las consignas subsiguientes:
1.    Selecciona las palabras que no entiendes y elabora una lista buscando sus respectivos significados.
2.    ¿Cuál era el dios que no se encontraba presente en la reunión del Olimpo? ¿por qué?
3.    ¿Cuál es la diosa que pide a Zeus que intervenga a favor de Odiseo? Descríbela
4.    ¿Por qué Poseidón estaba disgustado con Odiseo?
5.    ¿Cómo se le presenta Atenea a Telémaco? ¿qué le dice al respecto?
6.    ¿De qué manera entretenía Penélope a sus pretendientes?
7.    ¿Por qué Odiseo no puede regresar a Ítaca? ¿Dónde se encuentra?

8.    ¿A qué batalla se fue Odiseo? ¿Cuánto hacia que estaba fuera de su reino?
9.    ¿Qué molestaba a Telémaco de los pretendientes?
10. ¿Qué fue lo último que le dijo Atenea a Telémaco antes de partir en busca de su padre?
11. ¿Qué responde Nestor a Telémaco cuando éste le pregunta sobre su padre?
12. Según Nestor, ¿quién tuvo la idea del caballo de troya?
13. ¿La forma de qué animal adoptó Atenea cuando terminó la conversación entre Telémaco y Nestor? ¿Qué le ofreció Nestor a Telémaco?
14. ¿Cómo recibe Menelao a Telémaco? ¿Qué siente Menelao por Odiseo?
15. ¿Qué es lo que Menelao hace por Telémaco? ¿Qué datos le da? ¿Qué obsequio le hace?
16. ¿Quién planeó la emboscada a Telémaco? ¿Cómo lo hizo?

 Actividades para Junio.





 Lee atentamente los cantos XVII al XXIV, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes: 
1- ¿Quién es Argos? ¿Qué relación tiene con Odiseo?
2- ¿Qué es lo que Telémaco le dice a Penelope en su regreso?
3- ¿Cómo actúa  Odiseo vestido como mendigo en su primera entrada? ¿Qué hace?
4- ¿Cómo fue el diálogo entre Antínoo y el mendigo?
5- ¿Cómo resulta la discusión entre Odisero e Iro?
6-  En el diálogo con Odiseo vestido de mendigo, Eurímaco enfurece, ¿por qué?
7- ¿Quién era Euriclea? ¿Cómo lo reconoce?
8- ¿Quién agrede en la último banquete al mendigo? ¿Cómo reacciona Telémaco?
9- ¿En qué consiste el certamen organizado por Penelope para atrubuirse esposo? Explique.
10- Describa brevemente cómo organizó y ejecutó Odiseo la venganza.
11-¿Cómo recibe Penelope a Odiseo? ¿Cuáles fueron sus primeras palabras?
12- ¿En qué consiste el pacto final de la historia? ¿Cómo intervienen los dioses?

Lecturas Recomendadas: 

Estas obras fueron elegidas por su relevancia en la cultura global, mas la posibilidad de entretenimiento al leerlas. Iré subiendo más propuestas de lectura con sus respectivas observaciones.
2.    Frankenstein o el modeno Prometeo. (Mary Shelley).
3.    Colmillo Blanco. (Jack London)
4.    Robin Hood (Leyenda Inglesa)
5.    Robinson Crusoe. (Daniel Defoe)
6.    Mujercitas. (Louisa May Alcott)
7.    El llamado de la Selva (Jack London)
8.    Perros de Nadie. (Esteban Valentino)
9.    Ojos de Perro Siberiano. (Antonio Santa Ana)
11.  “Ana y las Olas”. Mario Méndez.
13.  “El Alquimista” Paulo Cohelo
14.  “Los Crímenes de la Calle Morgue”. Edgar Alan Poe.
15.  “Los Árboles Mueren de Pie” Alejandro Cassona.
16.  “Mi Hijo el Dotor” Florencio Sánchez
17.  “La Muerte Ivan Ilich” Leon Tolstoi
20.  “Verónica Decide Morir” Paulo Cohelo
21.  “Hombre Duplicado” José Saramago
23.  “La pregunta de sus ojos” Eduardo Sacheri.
24.  “Del Amor y de Sombras” Isabel Allende
26.  “Canción de Navidad” Charles John Dikens
27.  “Crónicas de Narnia” C.S Lewis
28.  “Rosaura a las Diez” (Marco Denevi)
30.  “El Cantar de los Nibelungos” Anónimo
31.  “El Corazón de las Tinieblas” Joseph Conrad


 

 

Guía de Actividades de lectura y escritura basada en la Obra "La Odisea" de Homero 

c- Lee atentamente los cantos XI, XII, XIII, XIV, XV y XVI, de la obra la “Odisea” de Homero y resuelve las consignas subsiguientes:
1-    ¿Con quiénes se encontró primero Odiseo en el Hades?
2-    ¿Qué es lo que llevó a Elpénor a ese sitio? ¿Qué le pide éste a Odiseo?
3-    ¿Quién es Tiresias? ¿Qué vaticina para Odiseo?

4-    ¿Con qué familiar se encuentra Odiseo en el Hades? ¿qué información le entregó?
5-    Nombra alguno de los personajes más conocidos encontrados por Ulises en el Hades.
6-    ¿Qué es lo primero que hace Ulises u Odiseo al llegar a la isla de Eas?
7-    Describe a las Sirenas con las que se encontró Odiseo. ¿Cómo evitó ser atrapado? ¿qué cantaban?
8-    ¿Qué nombre tenían los monstruos con los que se enfrentó luego de las sirenas?
9-    ¿Qué generó Euríloco en la Isla del Sol?
10-  Los feacios ayudaron a Odiseo, por esto Poseidón enfureció ¿Cómo castigó a los feacios?
11-   Una vez llegado a Ítaca, ¿qué hace Atenea por Odiseo para que pueda entrar en el palacio?

12-  ¿Cuál es la relación entre Eumeo y Odiseo? Explique.
13-  ¿Qué relata Odiseo a Eumeo?
14-   Atenea se presenta ante Telémaco en Esparta, ¿qué es lo que le pide hacer?




15-  ¿Qué hace Menelao por Telémaco? ¿Qué predice Menelao al ver las aves? Explique.
16-  ¿Cómo reaccionó Odiseo al ver después de tanto tiempo a su hijo?
17-  Eumeo recibe a Odiseo en la apariencia de un anciano, no obstante interviene Atenea, ¿Qué sucede? ¿cómo reacciona Telémaco?
18-  ¿Qué es lo que planifican Odiseo y Telémaco?

 

  Páginas Relacionadas para ampliar la Información sobre la Obra:

 









 Actividades para el Lunes 28 de marzo de 2016
1- Observa con atención el video. Y luego  lee la carta (hacer click)


Responde:

B) Denunciando la desaparición de personas y los crímenes de la dictadura Walsh
escribe: “se agota la ficción de bandas de derecha”. ¿A qué se refiere? ¿Qué explicación
daba la Junta militar ante las denuncias? ¿Qué significa la expresión “las 3 A son
hoy las 3 Armas”? ¿Qué eran “antes”? ¿Qué ocurre “hoy” /a partir del golpe?
C) ¿Cuál era la diferencia entre el accionar represivo de la Triple A y el de la
Junta militar?
D) Cuando Walsh dice: “estos episodios no son desbordes (…) sino la política
misma que ustedes planifican en sus estados mayores”: ¿a qué episodios se refiere?
¿Cuáles son las evidencias y argumentos que proporciona Walsh en 1977 para afirmar
esto? ¿Qué significa que está “planificado”? ¿Por quiénes? ¿De qué manera?


Lee el cuento "LA Continuidad de los Parques" de Julio Cortazar y resuelve las consignas.(Para el Lunes 7 de marzo, solo la lectura y resolución de este cuento)

1) Caracterizar al personaje del cuento. Pueden utilizar las siguientes preguntas como ayuda:
a) ¿A qué se dedica? ¿Qué tipo de vida lleva? Anotar algún rasgo de su personalidad y de su pertenencia social. Indiquen qué partes del texto dan indicios sobre esto.
b) ¿Qué tipo de lector es?, ¿activo o pasivo? ¿Sigue el sentido lineal de la lectura o intenta romperlo? ¿Se involucra con lo que lee o se siente ajeno?
2) Explicar el significado de la frase: «[...] la ilusión novelesca lo ganó casi enseguida [...]».
a) Imaginar de qué se trata la novela que lee el personaje y escribir un resumen esquemático de su contenido.
b) Leer los datos biográficos del autor y buscar más información.
d) ¿Les sorprendió el final del cuento? ¿Por qué?
f) Determinar si «Continuidad de los parques» es un texto  ficcional, fantástico o realista y explicar por qué.
g) Comentar qué efecto tuvo el cuento sobre cada uno de ustedes. ¿Se sintieron interpelados como lectores? ¿Por qué?





Estos cuentos, NO son para presentar el Lunes 7 de Marzo.





 

 


Comentarios

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Fede Vega ha dicho que…
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Damián ha dicho que…
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