Rita, en la esquina del olvido



Muchas veces, sentí la curiosidad de llegarme a la famosa esquina del olvido. Dicen que muchos forasteros, damiselas, obligadas prostitutas, catequistas,  elegantes señores, vagabundos y ebrios, han desaparecido allí.  Dicen tantas cosas sobre esa esquina, que ya casi, no sé cuál es la diferencia entre la farsa y la mentira.
En las mateadas de mi pueblo, las mujeres narran historias espectrales. Yo narrador de literatura deshonesta, siempre me detengo a escuchar, para ver si me acomoda de una bofetada alguna verdad navegante.
Además, quiero aclarar que en mi ciudad, los nombres y los apellidos son pura formalidad burocrática y para no ser injusto solo me referiré a ellos con toda la veracidad de como los llamamos.

“Sopapo” era un hombre alto, fortachón. Trabajaba como albañil, en una de esas casas que hacen construir los arquitectos que llegan a nuestra ciudad. No tenía tiempo para divagar. Su vida transcurría entre, cemento, cal y arena.
Ese día, aquel día,  llegó un poco tarde a su casa. La navidad se ornamentaba de blanco nieve, y de rojo papá Noel, en pleno diciembre,  a unos 48 grados de sensación térmica. “Quesito” que se ganaba la vida como bufón, esta vez le tocó disfrazarse del obeso barba blanca con su galante traje de invierno rojo.
Al otro día, cuando lo fueron a buscar dentro del traje, dicen que solo encontraron líquido derramado.
Los seres humanos no se derriten, ni se desintegran a 48 grados de sensación térmica; pero parece que alguien que tiene que ganarse la vida alimentando los sueños falsos de otro, no es humano.
Cansado, “José Sopapo”, se sentó en su silla de plástico blanco y gritó “¡Riiitaaa!”. Inspiró y expiró y volvió a gritar. Al ver que su mujer no acudía. Soltando un montón de improperios y palabras golpes, se levantó en su búsqueda.
Los niños jugaban en el patio. Les preguntó por su madre. Ninguno sabía nada. La más chica de ellos, le gritó mientras jugaba con un zapato desfondado, que había salido a comprar papas en lo de doña Ñata.
Sopapo, esperó todo un día de que regresara, cuando se dio cuenta que no había quién dé de mamar al más pequeño, hizo la denuncia.
 Veinte días buscándola. El último en verla recordó haberla visto con unos hombres poderosos en la esquina extraña. Otros dicen que se ganaba la vida, vendiendo ciertas partes de su cuerpo y que estos hombres no se caracterizaban por comprar manos, ni pies, ni cabezas. Además un periódico muy popular de Bs As publicó “La Desaparición de la Catequista”.
Verdad es que un bendito día, la policía llegó a la casa de Sopapo, y le dijo “Encontramos a su mujer” de inmediato se levantó de su afamada silla de plástico blanco y partió con ellos.
Durante el reconocimiento del cuerpo, un oficial le dijo “La encontramos muerta debajo de un terebinto, los perros estaban comiéndose sus partes, y al parecer llevaba unos 6 días sin vida”. Lo que la policía no le dijo, es que estaba momificada.
Sopapo, permaneció en silencio unos segundos. No despidió lágrimas, ni sentimiento alguno. De repente, una carcajada sonó en la comisaría azul marino de mi pueblo.  Les dijo:- “¡Ésta no es mi mujer!  Ella no sabe morir, solo conoce la vida y la fuerza de dar vida…”
Salió y corrió despavorido a la comisaría.
Al mes, la justicia rápida de mi ciudad, condenó al asesino de su mujer.
Sostuvo el juez, que la catequista tenía un amante peón de campo con quien mantenía una relación y éste por temor al fin de ese amor, le dio muerte con sus manos.
Sin embargo, él me dice todos los días que su mujer está en la verdulería de doña Ñata, que queda pasando la esquina del olvido.
Ahora me pregunto. ¿Por esa esquina pasamos sin querer, muchas veces? O es que ¿alguien cruel nos obliga en su afán de injusticia?
Rita, hice todo lo posible, por la justicia de tu nombre, pero este pueblo oscuro solo sabe esconder la basura en aquella mañosa esquina.
Pronto, este texto se convertirá en barquito de papel, que navegará tranquilo hacia la esquina gris del olvido.

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