Las ruedas cuadradas de la educación en tiempos de pandemia.
Ante el aislamiento social surgen dos expresiones que merecen reflexión: la
presencia virtual y la presencia física. Particularmente observo falso
el primer enunciado.
La virtualidad no es una presencia, es una emulación de ella. ¿Por qué hago
esta aclaración? La presencia humana no tiene sustitutivos. Un escenario en el
que dos o más personas comparten vínculos condicionales, no puede ser
remplazado por ningún otro recurso humano. E aquí la dificultad más profunda de
la educación hoy. Algunas situaciones de enseñanza y aprendizaje se pueden
lograr, pero hay otras que dependiendo las disciplinas o ciencias que se
pretendan saber, conocer y estimular, no se podrán recuperar.
No está preparado nuestro cerebro para abstraerse de un lugar físico y
trasladarse a otro y compartir ahí, el clima, los aromas, el porcentaje de luz,
la temperatura, los silencios, los gestos simultáneos, esos sonidos simbólicos
y significativos de la escuela hacen a la simbología de la educación. Los
aprendizajes que surgen de las presencias físicas de las personas que hacen a la
escuela no se pueden alcanzar en la virtualidad.
No obstante, es posible una educación desde la distancia, para eso tenemos
que dar respuestas a algunas preguntas que nunca o pocas veces nos preguntamos
como educadores:
¿Está visualizado desde el curriculum el
analfabetismo académico digital?
La crisis sociosanitaria que provocó la ausencia física y las distancias
escolares, dejó al descubierto las debilidades docentes y las limitaciones
digitales de una generación que se la concebía falsamente como alfabetizada o
nativa digital. Echó por tierra los términos de la teoría de Daniel Cassany
sobre nativos e inmigrantes digitales y puso al descubierto otro dilema que
merece trato curricular: una alfabetización académica digital.
Es en primer lugar, porque en nuestras comunidades, el acceso a los
recursos tecnológicos está vinculado a la situación económica personal que se
encuentra muy diezmada ante la crisis. Y por ello, muchos de los sujetos sólo pueden
manipular herramientas digitales desde el celular. Este hecho se asocia al
paquete de datos, a las condiciones del celular, a la capacidad de almacenamiento,
etc. Pone al estudiante ante una situación de desventaja e injusticia social
que antes era menor.
Los documentos curriculares y algunas líneas teóricas dan por sentado esta
falsa premisa: joven igual a
conocimiento digital y ponen al docente frente a un universo desconocido.
¿La escuela de hoy atiende al analfabetismo
académico digital?
Un estudiante hoy es capaz de ser un influencer, youtuber, playgamer, tener
seguidores a millones, editar videos, jugarlos, crakearlos, etc, pero no
encuentra en el procesador texto cómo justificar un texto ensayístico, no puede hacer un uso académico adecuado; tal vez porque la escuela no
le supo dar el valor lúdico o vital en su desarrollo. No es capaz de llevar a
cabo una investigación sistemática sobre ciertos tópicos validando la
información y haciendo de ella algo útil. No sabe participar en un foro,
plantear un argumento, explicar desde marcos teóricos, valerse de buscadores y
analizadores de sitios para confrontar la información, o como gestionar sus
propios espacios virtuales, sitios, canales, blogs, redes para generar
interacciones de aprendizaje significativo para su vida académica.
Es decir, no es capaz de poner al servicio del saber, la tecnología digital.
¿Es la era del sobreflujo de la información una
garantía educativa?
Toda persona en esta era es capaz de acceder a la información. Desde un
niño de 10 años en su celular a un profesional adulto, por ejemplo, puede
conseguir un tratado científico sobre el comportamiento celular que no
implicará una aprehensión.
Esto quiere decir que en la presentación de la información a los
estudiantes no está la garantía del aprendizaje. La información ya existe en la
red. Que los docentes hayan hecho esfuerzos denodados por llevar el conocimiento
a la casa, al celular o computadora de sus alumnos, no garantiza que ocurra el
complejo hecho de enseñar y aprender. Para esto se necesita un sistemático plan
con sustentos curriculares renovados, sin mellas, ni romanticismos pedagógicos
de moda.
La pandemia ha generado un sinfín de videoconferencias de capacitación para
educadores realizada por licenciados en psicopedagogía, Magísteres, filósofos,
doctores en educación, etc, ninguno de ellos con el problema práctico de educar
desde la virtualidad a adolescentes, niños o adultos que estudian una
profesión; siguen siendo propuestas teóricas sin impacto inmediato y no le
brindan al docente soluciones reales de su dificultad principal.
Además, lo que es aún peor, es que el aislamiento demuestra que todas las
capacitaciones en el campo de las TIC, en las que el gobierno invirtió fortunas
desde el 2007, no sirvieron para la mayoría de los educadores, ni muchos
estudiantes: ¿quién evalúa si esos programas fueron exitosos o una total
perdida de tiempo?
¿Existe una didáctica de cada disciplina desde la
virtualidad? ¿Está el educador preparado en ella?
Es muy evidente una omisión, una ausencia o imperfección de la didáctica
desde la virtualidad. En estos tiempos donde está de moda “deconstruir” “desaprender”,
es más necesario insistir en esto para luego construir de acuerdo a los
asistentes digitales, a los recursos tecnológicos, a las posibilidades
virtuales, una didáctica de estos tiempos devenidas de ciencias de hoy. A la
vieja didáctica se le pasó por alto reconvertirse en relación a los tiempos que
corren.
Los lineamientos curriculares están contaminados por teorías que retrasan.
Hay una sobrecarga burocrática sin sentido utilitario hacia el docente y una
provocación obscena al sujeto que aprende por inculcarle el facilismo.
El educador escribe bajo presión para complacer a las autoridades que hacen
dormir los papeles en un escritorio y que no mejoran los resultados educativos.
El que mejor escribe los informes, el que mejor logra su selfie mientras
enseña, el que hace una captura de milésimos de segundo de una situación de
enseñanza y aprendizaje y la comparte en una red social, es visto como un
docente avezado y exitoso que hace que sus estudiantes logren metas de
aprendizaje y son esos mismos que luego en las evaluaciones estandarizadas
nacionales e internacionales, no cumplen con la media.
¿Existe la empatía de crisis en los distintos
protagonistas de la educación?
Surgieron nuevos perfiles de estudiantes y se potenciaron otros. La
incertidumbre social, el aislamiento, el cambio radical en el comportamiento de
un sujeto frente a la educación se ve revertido en sus puntos más importantes.
Tenemos hoy un ser deteriorado en sus fortalezas frente a la educación,
decepcionado, desilusionado, con poca tolerancia a la frustración, que de
pronto perdió una condición humana ancestral: aprender en colectividad, en la
interacción, en el contacto, en el diálogo, en la solidaridad de compartir.
Educadores y aprendices, se sienten incomprendidos. Hay un divorcio notorio
provocado por la falta de conocimiento didáctico pedagógico para llevar a una
comunicación productiva.
Lo que debe reconocer cada ciudadano y cada responsable funcionario del
estado, es que la educación siguió traccionando y sobre ruedas cuadradas, logró
dar significativos avances con todo lo que docentes y estudiantes tenían a
mano.
Un ser sin educación es un peligro nocivo para la humanidad y más en estos
tiempos de pandemia, donde el mal existe por la falta de conciencia colectiva.
Cuando baje la marea quedarán sobre la superficie los aciertos y los
desaciertos institucionales y entenderemos con más profundidad que tan lejos
estamos en el tiempo, para ofrecer una educación a la altura de los países más
competentes. Y el estado tendrá que pagar la deuda que tiene con los sectores
más marginados y con todos aquellos que día a día sostiene un sistema que debe
ser fundado de nuevo.
©Damián Vera
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