¿Aprobar es igual a aprender?



En la educación han surgido en estos últimos años una innovación normativa en los criterios de acreditación de los conocimientos de la Evaluación de los estudiantes que han generado una sensación de falso aprendizaje. Surgieron términos como “Trayectorias Escolares” “Cronología de los aprendizajes” (Terigi 2010) para contemplar un proceso y favorecer los derechos de los sujetos que aprenden, y se ha creado un sistema de evaluación que compensa un concepto de inclusión intentando que todo joven que transita por la escuela tenga la garantía de terminar su trayecto sin importar el costo.
La mala interpretación de los paradigmas y la aplicación forzada a las realidades particulares ha provocado una cultura del facilismo y un deseo denodado de aprobar, de conseguir la ansiada nota que lo califique para avanzar.  Es por eso que decimos que muchos estudiantes estudian para aprobar pero no para aprender.
¿Cuál es la diferencia? Un alumno que estudia para aprender, es un intelectual comprometido con los problemas de conocimientos que va abordar en las disciplinas que estudia, por lo que posee una actitud científica, seria, responsable por adquirir conocimientos que permanezcan en él como una cualidad distintiva y permanente.
En cambio, hay algunos otros que luchan por una nota, como por un trofeo o tesoro; desvirtúa el verdadero objetivo por el cual se asiste a la escuela. 
Lo que agrava esta situación, es el hecho de que los grandes instigadores de estos comportamientos contradictorios, son los padres. (Hablamos de niveles primarios y secundarios preferentemente)
Siendo esta una época o generación sobrecargada de opciones de acceso a la información, al conocimiento, a las fuentes, tenemos estudiantes totalmente despreocupados, capaces de desconocer lo más básico de la historia o de la cultura de su país o del universo.
Estudiante debe ser equivalente a persona que busca con actitud científica la conformación de sus competencias y conocimientos para afrontar realidades académicas, políticas, culturales, sociales o cotidianas.
Es lamentable llegar a la conclusión de que la mayoría de las disposiciones ministeriales sobre el curso de la educación y la evaluación han generado un fracaso tras otro, y que el sistema les ofrece hoy la posibilidad de aprobar, acreditar una materia, sin aprender sobre ella.
El desafío es aun mayor. Debemos despertar la conciencia de tutores y estudiantes, para que afronten los hechos de aprendizaje con voluntad honesta y comprometida por su propio crecimiento. Todos deben entender que si se estudia simplemente para aprobar el conocimiento es efímero, pero si se trabaja por aprender de manera significativa, lo que se aprende sirve para siempre. Hablamos de cambiar el foco de los objetivos, que la meta no sea la nota, solamente, sino el aprendizaje progresista.
Ni hablar de la falsa sensación de competencia que genera la lucha desmedida entre algunos alumnos y padres por las notas; como si la calificación reflejase realidades personales absolutamente objetivas e irreversibles, como si la nota definiera el tipo y la calidad de alumnos.



Quiero incentivar a padres y estudiantes, a que piensen en el futuro, que la educación más que en la acumulación de conocimientos se debe fortalecer en la germinación de valores y actitudes que dispongan a enfrentar desafíos complejos y problemáticas en sus futuros escenarios académicos y culturales.
A los docentes a trabajar denodadamente en la articulación y conformación de un sistema de evaluación que acredite y garantice el aprendizaje significativo; de otra manera, la tarea docente será tan inútil como escribir sobre el agua. 
Otro tema que da para profundo análisis es el diseño de pruebas o evaluaciones que exijan una actitud y aptitud académica para el crecimiento intelectual y personal de cada ser humano en relación a la disciplina que se aprende; es decir que la prueba esté configurada de tal manera que despierte en ellos el sentido de integración de competencias  valederas, no acciones mecánicas, inercias resolutivas tradicionales o atemporales que no tengan ninguna utilidad.

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