Este blogs nace principalmente como un lugar de encuentro, para la educación, la literatura y los valores. Y principalmente para aquellos que tienen el interés de crecer.
viernes, 23 de noviembre de 2018
El Preguntón: la hora de la verdad
¿Cómo es el juego?
Son 9 niveles que incluyen todos los contenidos vistos durante el trimestre en las distintas materias involucradas. Cada nivel tiene un porcentaje de mayor a menor de aprobación. Si cumples con esas expectativas, seguirás avanzando. Y si logras llegar al último nivel, tendrás una excelente performance en este PAIS. ¡SUERTE!!
sábado, 17 de febrero de 2018
Pequeño Infierno florido.
“ Te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire(...)Te regalan su
marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la
tendencia de comparar (...)j con los demás (...). No te regalan un reloj,
tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.”
Julio Cortázar
Me
pregunto; ¿qué hubiese pensado Julio Cortázar del Celular?
Es
verdad que es triste y mundano, atar el tiempo a tu cuerpo para que te someta a
su tortura cruel de cautiverio. Más aún, lo es permitir que el pensamiento
propio sea un software de la voluntad consumista.
Dejar
que las grandes corporaciones instauren el chip hedonista en tu cerebro para
que creas que la felicidad se asocia con sus productos. Y así convencerte que
aquello que compraste el mes pasado, es viejo y pasado de moda.
.Cuando
te sientes obligado a comprar lo que ya tienes, y a veces la economía personal,
no te lo permite; nace el monstruo del infierno florido, la miseria del
neoliberalismo, su peor engendro, capaz de sentenciar el cáncer de la infelicidad
a millones de almas confundidas.
Ese
monstruo, genera la frustración por lo material que no se tiene, el sentido
vano, fútil y estrafalario de la competencia y deja a las víctimas adormecidas diciéndoles:
“Consigue más dinero perdedor; sino lo haces no podrás comprar la felicidad que
vendo”
La
falsa felicidad se ofrece en grandes banners, en la televisión, en la radio, en los
fragmentos de vida expuestos en las redes sociales. Nos quieren confundir que eso es la felicidad, tener lo nuevo.
Hay
un “big bang” de tiempo, cuando colisiona el tiempo virtual con el natural. Dos
cuerpos a centímetros de distancia se comunican menos y están más solos cuando
encienden sus celulares.
Enseñaron
a la generación venidera que la felicidad tiene que ver con tener, no con ser.
Steven
Jobs dijo “mi sueño era crear algo que sea tan imprescindible para el ser
humano, que lo sienta parte de su cuerpo, como un brazo y no pueda vivir sin él”
y vaya que si lo logró y él ganó millones
y muchos perdieron más.
Dejo
en claro que éste no es un texto antiprogresista contra la tecnología, de la
cual necesitamos. Simplemente cuestiono la falta de conciencia que permita
recuperar nuestra autonomía y salvar de la angustia a todo aquel que no puede
acceder a la falsa felicidad del infierno
florido.
Creo
que cuando te obligan a comprar el último celular, o lo último de moda en ropa,
o lo que sea; no eres tú el que compra, más bien eres el vendido. A ti te
compran para el festín de los grandes buitres, los poderosos magnates y luego
rifan tu felicidad a su precio.
viernes, 16 de febrero de 2018
Filosofía de la conformidad
Platón
se presentó ante la muchedumbre y con un manzano pequeño hizo un gesto
para ganar el silencio. Relucía su brillo deslumbrante. “Observad” dijo a todo
el público presente. Arrancó el fruto de un solo tirón y lo puso en un plato de
madera. Filón que se encontraba desde el otro lado de la ventana del tiempo
observó sin mueca alguna.
Con una navaja, Platón, cortó la
manzana en dos partes y dijo: -“he aquí la verdad del universo del hombre-“. Y
la plebe levantó fervorosa en un grito multitudinario, coreando al gran sabio,
que lo resolvió todo en pocos segundos y con un esfuerzo no mayor.
Filón se acercó algo pensativo y
distante. La muchedumbre que daba eufóricos gritos fue desinflándose gradualmente
como el crepitar de un fogón que se extingue. Arrancó otro fruto y con el mismo
instrumento lo rebanó en tres partes. Ahora, la plebe estaba confundida,
aturdida y molesta. Tal vez sentían algo de deshonra.
Pero un anciano que no tenía nada de
extraordinario, ni siquiera el nombre, por lo que no podré recordarlo jamás, se
acercó al centro del escenario, presuroso y seguro. Tomó del árbol dos manzanas,
una pequeña y otra un tanto más grande. A la pequeña la cortó en cinco partes y
la más grande la rebanó en nueve. Entonces exclamó:- “en realidad, depende de
la dimensión del fruto”. Y toda la plebe aplaudió a Platón.
jueves, 1 de febrero de 2018
El Asesino de Dios.
En
el oscuro recinto del psiquiátrico; la humedad mortecina, el frío atroz y su
endeble voz repitiendo “Dios ha muerto…Dios ha muerto”. Camina de un lado hacia
el otro de la exigua habitación, buscando la solución real a su pensamiento. De
pronto las alucinaciones son cada vez más reales. Frente a él, Zaratustra; Jesús
y Mahoma.
Se
vuelve hacia ellos y les repite “Dios ha
muerto…Dios ha muerto”. Ninguno le contesta, sólo lo miran con sospecha.
Uno
de ellos se acerca lento. Él comienza a gritar desesperado, que se aleje, pide,
ruega, llora; mientras hace pasos hacia tras. De pronto, siente el helado muro
en su espalda y Jesús, le dice: “Dios no ha muerto… nos ha abandonado”
miércoles, 31 de enero de 2018
El Silencio de la Agonía.
Rebeca puso la pava
a calentar, con la esperanza honesta y entusiasta de un mate.
Siete décadas, ocho meses y cuatro días presenciando el giro interminable del
planeta; su hermana postrada, tres años mayor que ella, tendida sobre la vieja
cama de sus padres en aquella casa paterna, donde, cuando niñas jugaban a "la
escondida". Sabían perderse muy bien en los laberínticos pasillos de la vetusta casa.
La ciudad se
prepara para los festejos. Su aniversario despierta la languidez acostumbrada.
Ruth desde la cama,
apenas puede mover sus ojos; un Accidente Cerebro Vascular, le limitó la
humanidad. Sigue con la mirada a Rebeca como un rito acostumbrado, contemplando todas las atenciones que
tiene hacia ella.
Una pena y una tranquilidad la acometen. Pero su cuerpo ya no sirve para expresar emociones.
Una pena y una tranquilidad la acometen. Pero su cuerpo ya no sirve para expresar emociones.
De pronto, un
pensamiento atormenta su sosiego. “¿Y si fuese ella la que muere primero?” Inmediatamente se negó. Lo veía imposible.
Ese 20 de agosto de
2016, la ciudad fue toda una fiesta; el intendente forzó la economía y trajo a
la banda popular del momento; todos estuvieron muy felices; acudieron a la
plaza en familia, en pareja o con amigos. Si bien hizo calor durante el día, por
la noche continuaron los festejos ante el fresco desenlace de la noche. Ni
siquiera el hecho de que al otro día fuese lunes atajó el fulgor.
Diez días después,
por la misma calle en la que había desfilado toda la población representando a
distintas instituciones, sólo unas dos cuadras más allá; alguien percibió un
olor nauseabundo.
La ciudad continuaba
su vertiginoso ritmo retrogrado, las calles con más grietas que martes y sus
cráteres y nadie se detuvo frente a la casa de las ancianas.
Hasta que una mujer
con acento cordobés, acudió a la casa con la policía, derribaron la puerta del
patio de la casa, entraron…
Rebeca, estaba en
un profundo estado de descomposición y junto con ella también Ruth.
El pueblo cree que
Rebeca murió de un infarto al ver a Ruth, pero eso no es cierto, como todas las
historias que suceden por aquí. Una es la historia que se cuenta y otra la que
realmente sucede.
Rebeca intentó
acomodar las sábanas de la cama de Ruth, cuando se inclinó, la fulminante
patada de caballo, le provocó el infarto a los pies de su hermana, quien
inmóvil, en el más agudo y silencioso llanto murió de inanición y
deshidratación, luego.
martes, 30 de enero de 2018
Las Serpientes de Abel
(El siguiente relato, fue inspirado por un hecho real que despertó mi voluntad de ajusticiar en la literatura la injusticia mundana.)
"La Justicia es como las serpientes, sólo muerde a los que están descalzos" Eduardo Galeano
Era la mañana más común de todas las existentes hasta aquí. Miraba desde mi ventana como se asomaban las largas horas que pasarían sobre mi como un tropel de famélicos animalillos. Sin embargo el deseo de salir me inundaba hasta el hartazgo último. Y observaba el reloj obsesivamente acusándolo de mi hostil pesar.
Mucho no había por hacer en esa habitación cerrada, donde debía permanecer por una obligación más moral que legal. Y viéndome sin salidas, decidí aprovechar la exigua ventana que me comunicaba con la calle. Detallar, no es mi fuerte, pero aquella era la calle modesta en la que había nacido, criado, resistido y caído.
Tiendas por todos lados. Cuando el horario comercial comenzaba, se desbordaba de una multitud de personas “monedas”. Les llamaba así, por que todo parecía la escena de una cajita musical. Sólo que estaban dados cuerdas por dinero. Unos compraban atuendos baratos en lo de Elvira (Gente que trabaja bajo ciertos códigos de honestidad muy pocas veces vista). Otros desandaban por la despensa de don Abel sin rumbo cierto. Esperaba que comenzase el movimiento para contar en cuantas ocasiones Doña Marta cruzaría a comprar el pan o cuántas veces “Tronkito” pasaría por la verdulería hurtando sin que nadie se diese cuenta, la manzana que más a mano le quedaba.
Tantas veces he visto Abel, salir de su tienda con su ropa de carnicero a tirar los restos de carne a Gastón, el perro roñoso de la vecina que parece una radiografía animada.
Ahí estaba “Tronkito”, se aproximada algo alertado, mirando a su alrededor con pasos de malabarista, lentos, estudiados, pensados en cada uno de sus cometidos. Pareciese la cadencia de Vivaldi agigantándose. Esteban, el verdulero, se distrae unos segundos. Él pasa como el hálito de un pequeño, sin ser percibido, toma la fruta que antes Adán, en otra dimensión corrompió. La lleva consigo como un trofeo. Él es atleta de la ocasión más humana de la humanidad.
"Tronkito" carga con su hambre como un saco vacío que se llena de la verdulería de Don Esteban. Sin embargo, un altanero, de esos que nunca entienden nada, gritó:- ¡Un ladrón… un ladrón¡ y los insurgentes le cayeron como granizo sobre la inocencia de su cuerpo todavía incompleto. Nadie miró por sus ojos transparentes la miseria de su indigencia por la que luchaba cada día. Su cuerpo cayó como caen aquellas escafandras atropelladas por la ira de una tormenta egoísta.
¡Oh!, ahí está Abel, pronto a salir con su trozo de carne en la mano a saciar a Gastón. Faltan apenas unos pocos segundos y ya terminará esta rutina controlada por una mano invisible.
Luego, un vehículo extraño se detuvo en la esquina. Veo tres hombres salir de él. No alcanzan a ser hombres, son malhechores. Traen armas. Irrumpen en lo de Doña Elvira, toman su dinero con armas en mano. Elvira grita desaforadamente. Clama por ayuda. Abel hombre que caló la dignidad como un tatuaje en su alma, tomó el cuchillo con el que trabaja todos los días. Cual épica más real y andante sin Rocín, ni Babieca, encara la fortuna de su último destino.
Decide enfrentar a los malhechores. Ellos hacen unos disparos. Se acerca a uno de ellos y lo hiere. Se baten, pero la pólvora, le cruzó las sienes como un montón de piedras lanzadas de un precipicio y su cuerpo que segundos antes era suyo, se desplomó como la justicia de los argentinos.
Antes de tocar el suelo de su partida, dibujó en su cuerpo la señal de la cruz. Y se rindió como tendría que hacerlo cualquier caballero de esta nueva y cruenta vida.
Adiós Abel…nunca tierra más fértil beberá tu sangre derramada con la honra de la buena voluntad. Yo, creo que tendré que cerrar las persianas. Ya ha sido demasiado por hoy. Mañana será otro día u otro muerto el que ensucie el tablón teatral de estas calles shakesperianas
"La Justicia es como las serpientes, sólo muerde a los que están descalzos" Eduardo Galeano
Era la mañana más común de todas las existentes hasta aquí. Miraba desde mi ventana como se asomaban las largas horas que pasarían sobre mi como un tropel de famélicos animalillos. Sin embargo el deseo de salir me inundaba hasta el hartazgo último. Y observaba el reloj obsesivamente acusándolo de mi hostil pesar.
Mucho no había por hacer en esa habitación cerrada, donde debía permanecer por una obligación más moral que legal. Y viéndome sin salidas, decidí aprovechar la exigua ventana que me comunicaba con la calle. Detallar, no es mi fuerte, pero aquella era la calle modesta en la que había nacido, criado, resistido y caído.
Tiendas por todos lados. Cuando el horario comercial comenzaba, se desbordaba de una multitud de personas “monedas”. Les llamaba así, por que todo parecía la escena de una cajita musical. Sólo que estaban dados cuerdas por dinero. Unos compraban atuendos baratos en lo de Elvira (Gente que trabaja bajo ciertos códigos de honestidad muy pocas veces vista). Otros desandaban por la despensa de don Abel sin rumbo cierto. Esperaba que comenzase el movimiento para contar en cuantas ocasiones Doña Marta cruzaría a comprar el pan o cuántas veces “Tronkito” pasaría por la verdulería hurtando sin que nadie se diese cuenta, la manzana que más a mano le quedaba.
Tantas veces he visto Abel, salir de su tienda con su ropa de carnicero a tirar los restos de carne a Gastón, el perro roñoso de la vecina que parece una radiografía animada.
Ahí estaba “Tronkito”, se aproximada algo alertado, mirando a su alrededor con pasos de malabarista, lentos, estudiados, pensados en cada uno de sus cometidos. Pareciese la cadencia de Vivaldi agigantándose. Esteban, el verdulero, se distrae unos segundos. Él pasa como el hálito de un pequeño, sin ser percibido, toma la fruta que antes Adán, en otra dimensión corrompió. La lleva consigo como un trofeo. Él es atleta de la ocasión más humana de la humanidad.
"Tronkito" carga con su hambre como un saco vacío que se llena de la verdulería de Don Esteban. Sin embargo, un altanero, de esos que nunca entienden nada, gritó:- ¡Un ladrón… un ladrón¡ y los insurgentes le cayeron como granizo sobre la inocencia de su cuerpo todavía incompleto. Nadie miró por sus ojos transparentes la miseria de su indigencia por la que luchaba cada día. Su cuerpo cayó como caen aquellas escafandras atropelladas por la ira de una tormenta egoísta.
¡Oh!, ahí está Abel, pronto a salir con su trozo de carne en la mano a saciar a Gastón. Faltan apenas unos pocos segundos y ya terminará esta rutina controlada por una mano invisible.
Luego, un vehículo extraño se detuvo en la esquina. Veo tres hombres salir de él. No alcanzan a ser hombres, son malhechores. Traen armas. Irrumpen en lo de Doña Elvira, toman su dinero con armas en mano. Elvira grita desaforadamente. Clama por ayuda. Abel hombre que caló la dignidad como un tatuaje en su alma, tomó el cuchillo con el que trabaja todos los días. Cual épica más real y andante sin Rocín, ni Babieca, encara la fortuna de su último destino.
Decide enfrentar a los malhechores. Ellos hacen unos disparos. Se acerca a uno de ellos y lo hiere. Se baten, pero la pólvora, le cruzó las sienes como un montón de piedras lanzadas de un precipicio y su cuerpo que segundos antes era suyo, se desplomó como la justicia de los argentinos.
Antes de tocar el suelo de su partida, dibujó en su cuerpo la señal de la cruz. Y se rindió como tendría que hacerlo cualquier caballero de esta nueva y cruenta vida.Adiós Abel…nunca tierra más fértil beberá tu sangre derramada con la honra de la buena voluntad. Yo, creo que tendré que cerrar las persianas. Ya ha sido demasiado por hoy. Mañana será otro día u otro muerto el que ensucie el tablón teatral de estas calles shakesperianas
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